No todo está perdido. La solución también está dada

La sociedad parece estar predeterminada a fundar parámetros y medir el entorno a ellos. Miden la felicidad, la búsqueda personal, el reconocimiento, la aceptación, entre otros. Zygmunt Bauman y Gilles Lipovetsky guían la visión de esta nueva sociedad a partir del consumo. No todo está perdido. La solución también está dada, solo falta tener conciencia de la actualidad y elegir actuar.
“En este sentido hay que escuchar a Rousseau: dado que el hombre es un ser incompleto, incapaz de bastarse solo, necesita a otros para realizarse. Pero si la felicidad depende de otros, entonces el hombre está inevitablemente condenado a una <<felicidad frágil>>” (Lipovetsky, Gilles. La espiral de la decepción. La sociedad de la decepción. Anagrama, 2006. Pg. 39).
Al necesitar de un otro para realizarse, ya se está demandando aceptación. Por ello, la necesidad de “venta de mí mismo” aumenta proporcionalmente con la necesidad de estar completo: “El impulso del consumo se alimenta de la búsqueda individual de un óptimo valor de venta de sí mismo, el ascenso a una categoría diferente, escalar posiciones en algún ranking o avanzar casilleros en esta o aquella tabla (que por suerte abundan)”. (Bauman, Zygmunt. Una sociedad de consumidores. Vida de consumo. Editorial Fondo de Cultura Económica, 2007. Pg. 90)
La sociedad de consumo produce insatisfacción y necesidad de consumir más. Es esta insatisfacción la que proporciona el sentimiento de superficialidad. A medida de que todo se vuelve cambiante y desechable, todo deja de tener el significado que tenía inicialmente. Lo que era valioso dejará de serlo esporádicamente. Nada es duradero, todo es temporal.
Afín con lo anterior, la Real Academia Española, identifica la palabra superficial como: aparente, sin solidez ni sustancia. Frívolo, sin fundamento. En la sociedad de consumo no hay solidez, porque todo es pasajero.
“La sociedad de consumo nos condena a vivir en un estado de insuficiencia perpetua, a desear siempre más de lo que podemos comprar. Se nos aparta implacablemente del estado de plenitud, se nos tiene siempre insatisfechos, amargados por todo lo que no podemos permitirnos” (Lipovetsky, Gilles. La espiral de la decepción. La sociedad de la decepción. Anagrama, 2006. Pg. 44)
Tal parece que el panorama no gira a favor de valores tradicionales como la bondad o los actos desinteresados. Pareciera que la condición de la sociedad actual apunta a que los individuos giren en torno a la frivolidad, a vivir sin sustancia y fundamento.   
Lipovetsky explica este fenómeno cunado dice “la sociedad de la decepción es una sociedad en que a los individuos les cuesta reconocer su decepción y su insatisfacción. Confesarlas es cada vez más difícil en una cultura en que infelicidad significa fracaso personal y en la que se prefiere dar envidia que recibir compasión” (Lipovetsky, Gilles. La espiral de la decepción. La sociedad de la decepción. Anagrama, 2006. Pg. 106)
Sin el otro no hay felicidad. Esta felicidad que es proporcionada es frágil. El deseo de felicidad aumenta la necesidad de consumo. El consumo genera insuficiencia. Es más fácil despertar envidia que reconocer la insuficiencia e insatisfacción.
Aun así la luz se deja ver en medio de tantas tinieblas. El destino de la sociedad de consumo no es la perdición o el sentimiento de insatisfacción. “Mientras más decepcionante es la sociedad, más medios implementa para reoxigenar la vida” (Lipovetsky, Gilles. La espiral de la decepción. La sociedad de la decepción. Anagrama, 2006. Pg. 121).
“La época hipermoderna contiene muchos defectos, pero al menos permite imaginar y emprender cambios más frecuentes en la vida personal: da acceso a las posibilidades al ofrecer multitud de fórmulas para la felicidad” (Lipovetsky, Gilles. La espiral de la decepción. La sociedad de la decepción. Anagrama, 2006. Pg. 122)
Se tiene varias opciones. La primera es adaptarme a una fórmula de felicidad. La segunda es crearla. La tercera es mutarla. No todo está perdido. Vivimos en la sociedad de consumo, pero no necesariamente hay que adaptar las fórmulas de felicidad que ésta nos exige. 

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